domingo, 28 de febrero de 2010

LA CUARESMA EN FAMILIA


El pasado miércoles 17 de febrero, “Miércoles de ceniza”, hemos iniciado el sagrado tiempo de la Cuaresma. Periodo de gracia que el Señor nos regala para convertir más a Él nuestro corazón, revisando nuestra vida y eliminando en ella todo aquello que no nos deja crecer en su amor y en el amor al prójimo. Recordemos que de esto dependen todos los mandamientos de Dios, tal como lo dijo nuestro Señor Jesucristo cuando le preguntaban cual era el mandamiento más grande de la ley: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas». (Mt 22, 37-40). Por ello, hermanos, busquemos en cada día de nuestra vida amar a Dios con una entrega total a él según nuestro estado de vida: como sacerdote, como seminarista, como consagrado o consagrada, como casado o casada, como papá o mamá, como hijo o hija; sirviéndonos los unos a los otros, para que así reine Cristo en nuestros corazones.

Al centro del “Discurso de la Montaña” en el evangelio de San Mateo (6, 1-18) el Señor Jesús les enseña a sus discípulos como deben realizarse las obras de caridad, la oración y el ayuno para verdaderamente agradar y dar gloria a Dios. Estas obras que están muy vinculadas al sentido penitencial de la Cuaresma, el cual tiene por fin el prepararnos mejor a la celebración de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

En particular sobre el ayuno nos enseña el Papa San León Magno lo siguiente: «inútilmente se quita el alimento al cuerpo, si el espíritu no se aleja del pecado». En estas palabras encontramos el verdadero sentido de nuestra penitencia cuaresmal, es decir, si la penitencia no nos lleva a hacer un esfuerzo que nos cambie interiormente, buscando sinceramente erradicar el pecado de nuestra vida y crecer en la práctica de las virtudes, ésta sería vacía y sentido, nos engañaríamos a nosotros mismo y no agradaríamos a Dios.

La Sagrada Escritura señala con precisión que la caridad es la que hace agradables los actos de penitencia: «Este es el ayuno que yo amo –oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne». (Is 58, 6-7). Ahora nos preguntamos: ¿Quiénes son estas personas que necesitan, pan, abrigo y vestido? Obviamente en este tiempo de crisis económica que estamos viviendo, nos es fácil reconocer las necesidades materiales de nuestros hermanos, pero puede sucedernos que descuidemos la gran crisis de amor que muchas familias están viviendo. Día a día nos encontramos con matrimonios y familias destruidas por falta de amor. Como padre y madre de familia que eres, tienes en tu hogar una misión que cumplir, los hambrientos y sedientos son tus hijos, tu esposa, tu esposo, ellos son los necesitados, es ahí donde principalmente debes vivir tu caridad, demostrando tu fe y tu amor a Jesucristo.

Ayuden a sus hijos a reconocer que la verdad sólo se encuentra en Jesucristo y en su Iglesia, que través de los sacramentos Dios derrama su gracia sobre nosotros, gracia que necesitamos para madurar en la fe, para formar una conciencia recta que nos guíe al uso correcto de nuestra libertad, y para saber valorarnos y aceptarnos con realismo y sencillez. Tengamos siempre presente que debemos formar integralmente a nuestros hijos para que vivan adheridos a la verdad y al bien, encauzando las pasiones y los sentimientos a la misión que Jesucristo tiene para cada uno de ellos.

Es muy triste que en muchos hogares los hijos se percaten de la poca comprensión existente entre sus padres, al presenciar muchos enfrentamientos diarios entre ellos; signo de cuanto es desconocido el verdadero amor que debe existir entre los esposos, aquel amor que busca agradar al otro en todo sin importarle recibir algo cambio más que la alegría de ver feliz al otro. Recordemos la palabras del Apóstol San Pedro: «en fin, vivan todos unidos, compartan las preocupaciones de los demás, ámense como hermanos, sean misericordiosos y humildes. No devuelvan mal por mal, ni injuria por injuria: al contrario, retribuyan con bendiciones, porque ustedes mismos están llamados a heredar una bendición» (1Pedro 3, 8-9).

Otra práctica de penitencia en esta cuaresma es la oración y me permito enfatizarla siempre desde la óptica familiar, la familia es la comunidad de amor y por ello se debe regir por la ley del amor. Uno de los grandes valores que ha desaparecido en los hogares es la oración en familia. La vida moderna apretada en tantos afanes ha causado una secularización de las familias y no se dan tiempo para la oración, se ha olvidado completamente que la oración es fuente primordial para saciar la sed de muchos hogares que están sedientos de Dios.

San Juan Crisóstomo decía que el hogar es el santuario donde los padres de familia, como sacerdotes, deben compenetrarse con esa Iglesia en pequeño que Dios les ha encomendado. Invito a todas las familias, durante esta Cuaresma, a que, reuniéndose padres e hijos, se den el tiempo para hablar con nuestro Padre Dios que está en el Cielo.

Yo, como hijo de una familia, les prometo mis oraciones para que sus hogares se vean iluminados del amor de Dios, que la Sagrada familia les bendiga siempre.

Samuel Antonio Orellana.
Seminarista de la Diócesis de San Vicente.